



El somni
Obra selecionada al Premio Internacional de Bellas Artes Sant Jordi. Fundación Perelló.
© El Sueño
Óleo sobre tela
100 cm x 200 cm
Según Rothko, «el arte es una aventura». En esta obra el artista emprende la aventura de dar forma a la naturaleza del ser humano, un viaje a la complejidad del yo personal mediante el uso de un lenguaje simbólico que invita el espectador a interpretar entrega y sin condicionantes el lienzo.
En el proceso creativo, el autor inicia un análisis introspectivo que le permite plasmar su realidad e identidad mediante una corpus de símbolos que el observador, con su mirada, descodifica para crear uno de propio y personal, el significado del cual solo él conoce y lo define. De este modo, la visión personal del autor es el punto de partida porque surjan tantas visiones y percepciones diferentes como observadores contemplen la imagen pictórica.
La línea curva, hilo conductor de la estética «curvista» del artista, y el color significan siempre y estructuran la composición como un todo dinámico, en constante movimiento, donde cada uno de los elementos están interconectados, hasta niveles casi microscópicos, imperceptibles desde la observación a distancia, pero claramente definidos cuando la mirada se acerca a la obra y descubre el tramado minucioso de conexiones, como los hilos de un tapiz interminable. De lejos, el espectador puede percibir las formas de una figura humana, de un sombrero, de un coro, de un unicornio, de una mesa con una botella… De cerca, todo el conjunto es un contínuum inextricable de símbolos que permiten al artista expresar una realidad íntima y personal, única.
El mundo de los sentidos y el mundo espiritual; el mundo real y el mundo ideal; las raíces familiares, la herencia cultural e identitaria; todo tiene cabida en el cuadro, porque todo conforma el ser humano, todo es intrínseco en la vida humana. Y esta multiplicidad de mundos se materializa en un corpus de símbolos que tienen un significado propio para el artista, pero que a la vez interrogan el espectador y lo incitan a leer y a «re-crear» su propio cuadro, su propio código simbólico. De esta forma, la obra acontece «obra abierta» y, en consecuencia, el observador acontece también autor y «cómplice» del creador.
En palabras de Umberto Eco, artífice del concepto de obra abierta, esta tiende a «promover en el intérprete “actas de libertad consciente”, a colocarlo como centro activo de una red de relaciones inagotables entre las cuales él instaura la propia forma». Una libertad que el lenguaje simbólico y la línea curva buscan proyectar hasta el infinito